Charla con el diseñador Shakespear sobre sus retratos de los ’60
Por Hagar Blau Makaroff
Gentileza de Facundo Zuviría- Más información
- El diseñador Shakespear expone en Plataforma Lavardén
El creativo nacido en Rosario, que “vive en el exilio porteño”, dio una entrevista a Info341 donde dio detalles de su rosarinidad, y compartió su experiencia de haber fotografiado a grandes intelectuales con los que vivió los años de las utopías. Desde el 4 de septiembre expone sus fotografías en Plataforma Lavardén.
Es el padre fundador y miembro del reconocido clan Diseño Shakespear de Buenos Aires, que realizó la señalética de aquella ciudad, entre muchas otras del mundo, y creó reconocidos logos de marcas, espacios públicos y centros comerciales. Dio conferencias como el TEDx Rio de la Plata, donde traslada su concepto de “no pedir permiso”, una impronta de paparazzi (y que llevó como bandera luego de aprenderlo del cineasta Orson Welles) que plasmó en un libro de próxima publicación.
Por fuera del tema de la muestra que lo trae nuevamente a su ciudad natal, un año atrás se presentaba un proyecto de señalética de su autoría para las calles de Rosario ¿Qué sabe de la implementación de dicho proyecto?
Estos megaproyectos urbanos demandan tiempo y esfuerzo. El Plan Visual de Buenos Aires (1971-72) tardó dos años en salir a la calle. Fue la primera vez en que la bella Helvética se paseó por Latinoamérica (ver en el sitio Graphic Design Thinking). Como me dijo en Nairobi Jock Kinneir,”el hombre habla en minúsculas y grita en mayúsculas”.
La señalización de Rosario (mi cuna) fue diseñada hace más de un año y supongo (cruzo los dedos), que dará a luz en 2015.
Justamente sobre su cuna ¿qué vínculo o vestigio le ha quedado en su identidad el hecho de haber nacido en Rosario?
Mi bisabuelo John Talbot Shakespear llegó a Rosario en el siglo pasado. Don Lorenzo, mi papá y Dorita, mi mamá también fueron rosarinos. Tengo muy buenos amigos en la ciudad, Clara García que me honró como Diseñador Distinguido de Rosario, la Ministra de Innovación y Cultura Chiqui Gonzalez (que me invitó a exponer mis retratos de los Sesenta en Plataforma Lavardén), Hermes Binner y el Tata Martino, con quienes comimos unos buenos pejerreyes en la costa del Paraná, y Giorgina Trossero que se ocupa con amor de difundir mi trabajo.
Viví en Rosario hasta los 4 años. Ahora vivo en el exilio porteño. Estoy casado hace 49 años con Elena, una acuarelista italiana notable y tengo cinco hijos, Lorenzo (diseñador), Juan (diseñador), Bárbara (arquitecta) que vive en Londres, María (abogada),y Sofía (nutricionista). Mis siete nietos son una sonrisa que me ayuda a vivir.
Usted me recuerda al recorrido de Rodolfo Fogwill, quien en paralelo a su carrera como publicista, donde se destacaron sus obras más que su nombre, es catalogado hoy como uno de los grandes escritores argentinos. En su caso, sería con la fotografía y el diseño. ¿De qué forma se relacionó a lo largo de su prolífica carrera como diseñador, con el Arte de la Luz? ¿Cuándo se acercó y cómo fue ese camino paralelo de su identidad artística?
Papá me regaló mi primera cámara, una Zeitz Icon a fuelle. Luego Humberto Rivas me pasó una Leica 3F aquella de Robert Capa, con la lente retráctil que usaban los espías de la segunda guerra. Con ella disparé los retratos en los Sesenta.
Trabajé en Diseño durante medio siglo para el café con leche de mi familia, pero mis fotos son y han sido mi libertad. Como dice Capa, “si tus fotos no son suficientemente buenas, es porque no estuviste suficientemente cerca”.
Su muestra fotográfica hace un recorte en una época muy marcada de nuevas ideologías y ebullición cultural en simultáneo en diversas ciudades del mundo (que Rosario no quedó exenta) ¿Cómo vivió usted aquella época?
Recuerdo esos años con tristeza. Se fueron mis amigos sin quererlo. Matilde Herrera y sus hijos con quien trabajé en el Grupo Siam, el Paco Urondo, Rodolfo y Vicky Walsh. Nunca pude mostrarles sus retratos. Una pena. A veces -de noche- hablo con ellos. Nos quedaron muchas cosas en el tintero.
¿En qué contextos tomó las fotografías de semejantes íconos de diversas artes como fueron Orson Welles, Borges y Rodolfo Walsh?
Viajamos con Rodofo Walsh, Rogelio García Lupo y Jorge Álvarez a Chile en el ‘66. Fue mucho antes de Pinochet y creo que gobernaba Frei. Era nuestro primer viaje en avión y no me gustó nada. Ahora tampoco. Mi bisabuelo decía “no lo van a lograr, volar es para los pájaros”. Nos hospedaron en un hotel paquete donde estaba el príncipe Oloff. Rogelio, poseedor de un gran sentido del humor, hablaba sobre pedruscos con las damas chilenas que nos habían invitado para diseñar la revista Paula. Rodofo se paseaba por el puro castellano. Era el mejor escritor de nuestro país.
A Orson lo visité en Madrid en 1964, cuando vivía frente a la casa de Juan Perón. Como no tenía una cita previa, toqué el timbre y entré. Le pedí disculpas por venir sin invitación, y me respondió “nunca pidas permiso, nunca”. Y ahora esas palabras son el título de mi libro que sale en Septiembre.
El encuentro con Borges, nuestro gran poeta, fue un milagro de aquellos que nos da la vida. Pasé una tarde memorable y le hice mi mejor retrato (siempre sin el maldito flash).
Usted diseña desde aquella época en que el diseño todavía no era un oficio constituido, lejos estaba de existir la computadora como mano derecha del diseñador, y se estaba gestando en el mundo la imagen como valor desde las agencias publicitarias neoyorkinas ¿Considera que su diseño y sus capturas hicieron algún aporte a este cambio?
Siempre he pensado que si el diseño no sirve para que la gente viva mejor, no sirve para nada. Y mis fotos son una melancolía de los tiempos idos. Documentos preciados, nada más.
Se observa que se siente cómodo tanto con las tecnologías analógicas como con las digitales en fotografía y claramente en diseño. ¿Se trata de reinventarse a uno mismo con cada nacimiento de una nueva tecnología para que los medios sirvan al fin creativo ó considera que siempre trabajó de la misma manera a lo largo de estos más de cincuenta años de recorrido?
Siempre he vivido en pánico escénico. En el duro trabajo de construir ese maravilloso personaje del sirviente para el film El fin de los días, Anthony Hopkins sufrió las tribulaciones habituales del caso. Jeremy Irons -el director- le recomendó tener una charla con un viejo mayordomo de Windsor, ya retirado. Hopkins y el hombre se encontraron a tomar el té, por supuesto, y entablaron una larga y encantadora charla. Sin embargo, cuando el mayordomo ya se retiraba, Hopkins tuvo la sensación que aquel no le había aclarado nada en concreto. Ya en la puerta, el actor le espetó, “Dígame, finalmente, que es un sirviente”. El viejo mayordomo dudó un instante y luego dijo,”Un sirviente es alguien que, cuando entra a una habitación vacía, ésta parece aún más vacía que antes”.
Con el pasar de los años, en este duro oficio de hacer legibles los espacios públicos, de dar respuestas en términos de comunicación y construir identidad, he concluido en pensar que este tierno cuento de Hopkins sintetiza de alguna manera, la naturaleza y esencia de nuestro trabajo: obsesionados por establecer condiciones de secuencialidad de las señales, a fin de otorgar previsibilidad en los mensajes emitidos, obsesionados por el resultado de la emisión, hemos pergeñado la mayoría de los estímulos emplazados en el escenario urbano, olvidando que deberían actuar casi en silencio, sin gritar, como sirvientes de la gente.
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