Por Franco Bartolacci
- Más información
- Jorgen Henn se despega de un acuerdo con el PRO
No es bueno hacerse de enemigos que no estén a la altura del conflicto, reza la canción.
La verdad, he meditado mucho este posteo. Primero porque considero haber tenido siempre, aún y lógicamente con errores, una determinada conducta que implica que no haya que decir demasiado al respecto para saber cómo se piensa.
Segundo, porque entiendo que tipos tan mediocres y mezquinos, como los que llevaron y empujaron esta decisión, no merecen ni siquiera que reparemos en ellos.
Sin embargo, creo que en honor a mi propia historia personal y la de muchos compañeros con los que compartimos sueños y utopías, vale la pena al menos un par párrafos.
No cuenten conmigo los egoístas y mezquinos, los que creen en los atajos, los que entienden que lo “importante” es ganar, los que hacen del “poder” un fin en sí mismo, los que usan las formas de entender y pensar las cosas y el mundo estirándolas como chicle para que puedan acomodarse a como dé lugar, los que privilegian lo personal a lo colectivo, los que se muestran siempre dispuestos a hacer de un partido un espacio cada vez más chico para que resulte funcional a sus propios intereses, los que se escudan en “lo que quiere la gente” (como si la política fuera una máquina expendedora de “soluciones” a pedir de encuestas), ni aquellos que dicen por izquierda y hacen por derecha (lo sé, me van a indicar que las ideologías no existen, que ese es un discurso viejo y sin sentido.
Pero ese argumento es para la tribuna. Ustedes y yo sabemos que aún en las prácticas y resoluciones de los aspectos más concretos de la vida, se ponen en juego formas de interpretar e intervenir que surgen de determinadas maneras de concebir el mundo, la política y las cosas. ¿Eso como se llama?
Por todo esto, no cuenten conmigo los que para tomar la decisión que tomaron, recorrieron sin escala ni pudor cada uno de esos caminos.
Al menos desde mi humilde perspectiva, ninguna “razón” de las que se esgrimen, “sirve” para “justificar” como un partido que nació como causa de los desposeídos puede desnaturalizar en una sola definición toda su esencia y convertirse en una herramienta al servicio del empresario contratista del Estado, emblema de los ciclos más conservadores y reaccionarios de nuestra historia política.
Puede, también con esa definición, tantas cosas más en las que claudicar que ni siquiera tiene sentido enumerarlas, para no ser tan extenso.
Lo que queda claro, pos reunión, es que se trata del –triste y solitario- fin de ciclo de una generación de radicales que tuvo enormes virtudes hace ya décadas, pero que con el tiempo se acostumbró a consumir poder y no a construirlo. Y para ese mal, difícil encontrar remedio.
Vale aclararlo, aunque lo sostuve ya numerosas veces: soy de los cree que los partidos, al menos como los conocimos y entendimos durante más de medio siglo, ya no existen más.
Más aún, soy de los que cree que las construcciones políticas son más amplias y que las fronteras de con quién se construye y para qué, van mucho más allá del límite que puede imponer una sigla o un sello.
Por ello, no hay decepción alguna en esa definición, porque –al menos yo-, no esperaba cosa distinta. Creía y creo que el radicalismo, como idea y como proyecto, está vivo ya no en una estructura institucional que claudica, al menos en su manifestación circunstancialmente mayoritaria, sino en los miles de hombres y mujeres honrados que en todo el país suscriben al conjunto de valores que le dieron origen. Más aún, en los jóvenes que encarnan ese compromiso.
Por ello, y convencido de que los proyectos son siempre colectivos, creo más que nunca en el camino que con mis compañeros de sueños emprendimos desde hace muchos años en cada espacio en el que manifestamos nuestra militancia y compromiso político.
En política, como en la vida, no todo da igual, ni es lo mismo. No importa llegar sino el camino que se elige para hacerlo. Aún cuando por ese camino no se llegue nunca.
En todo caso, lo único realmente importante es atreverse a dar la pelea. Todas las necesarias, pero con fidelidad a lo que se piensa. No hay nada de vergonzante en decirles a nuestros hijos que no se pudo, que esta vez –o quizás siempre-, no se “llegó”. Lo que no sabría cómo explicar, en todo caso, es porque no tuve el coraje de intentarlo.
El tiempo a mi me puso en otro lado, dice Fito. Podría imaginar que semejante derrotero, por valores y mi historia personal y militante, también. O no.
En todo caso, me confirma en el mismo lugar y con los mismos compañeros de siempre. Con más firmeza y convicciones que nunca. Los que se corren son otros. Definitivamente.
(*) Decano de la Facultad de Ciencia Polítca y RR.II de la UNR / Militante de la Unión Cívica Radical e integrante del Grupo Universidad de la UCR.
(**) Texto extraído de su perfil personal de Facebook.
Comentá esta nota