Por Néstor Carrillo
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El 3 de mayo pasado, el señor Omar Albano Rizzo, abogado y contador, firma un artículo titulado “Universidades públicas y privadas”, donde se argumenta acerca de las ventajas que ofrecen las universidades privadas, en relación a las públicas a la hora de formar profesionales con espíritu crítico.
Las razones invocadas para justificar estas ventajas se refieren, según el autor, a la menor cantidad de alumnos por comisión, la posibilidad de interactuar con los profesores y la relación personal entre alumnos y docentes. Sin dudas estas son condiciones que facilitan el trabajo de los docentes y el aprendizaje de los alumnos. Educar a una proporción significativa de nuestra población sin resignar la calidad académica constituye un desafío de otra magnitud, que exige un nivel de imaginación y de esfuerzo diferentes. Entre estas dos concepciones, en cierto modo antagónicas, prefiero el mayor bien posible para el mayor número posible antes que todo el bien para unos pocos.
Admito sin embargo que este es un punto de vista personal, y cuya discusión requiere un debate ideológico que no forma parte de mi intención actual. En cambio, sí quisiera corregir algunos conceptos y generalizaciones que realiza Rizzo que son flagrantemente desmentidos por la realidad. A mi juicio, reflejan un sesgo producido quizás por experiencias puntuales negativas, así como ignorancia sobre la situación general de la educación universitaria en Argentina y en Rosario. Como no quiero caer en el mismo vicio que el señor Rizzo, me voy a limitar a aquello que conozco de primera mano. Soy profesor de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la UNR, y he sido profesor invitado en diversas universidades del país y del exterior, incluyendo universidades privadas, algunas de las cuales son mencionadas por Rizzo en su artículo. Soy además investigador del Conicet y en estos momentos coordinador nacional de la junta de calificaciones de la carrera del investigador del Conicet, por lo que me toca evaluar a todos los científicos de Conicet, de todo el país y de todas las disciplinas.
Nuestra facultad, como el resto de la UNR, es gratuita, tiene ingreso irrestricto y muchísimos problemas edilicios y presupuestarios. A pesar de estas limitaciones, produce egresados de altísima calidad (el superlativo no es exagerado) y competitivos a nivel internacional. Sus carreras de grado y sus doctorados han recibido la máxima calificación nacional. La UNR en su conjunto ha establecido un doctorado mixto con la Universidad de Göttingen, una de las más prestigiosas del mundo. La Fundación Konex acaba de premiar a los cien científicos argentinos más destacados de la última década. Cinco de ellos son rosarinos, y todos pertenecen a la UNR. Rizzo atribuye a la universidad pública prácticas burocráticas, “proletarizadas” y de “sonoridad” que deprecian la calidad de la educación. Lo invito a que se acerque a mi Facultad y se informe de la naturaleza de la enseñanza que se imparte en ella. He sido docente por más de treinta años y ni siquiera sabía que tales prácticas existían. En nuestra Facultad se enfatizan tanto los conocimientos como las actitudes, porque la naturaleza de las disciplinas que se dictan hace que los conocimientos se vuelvan obsoletos con rapidez. Iniciativa, motivación y espíritu crítico, así como la capacidad de aprender por sí mismo y de trabajar en equipo, son actitudes estimuladas y cultivadas. Los cuerpos docentes se actualizan y perfeccionan continuamente a través de su dedicación exclusiva. Mi conocimiento de las demás Facultades de la UNR es desde luego mucho más imperfecto, pero en todas ellas he encontrado excelentes científicos y educadores que prestigian a la Universidad local a nivel nacional e internacional.
Podría suponerse que la UNR es una excepción a la medianía de las universidades nacionales. Mi trabajo en la junta de calificaciones de Conicet me indica exactamente lo contrario: la UNR tiene un desarrollo académico y científico comparable a otras Universidades públicas de tamaño semejante. En términos de excelencia, las Universidades privadas han prosperado en algunas disciplinas específicas, especialmente en las ciencias sociales y en las humanidades (que curiosamente requieren por lo general inversiones menores), pero en el contexto global, la inmensa mayoría del conocimiento que se produce en el país surge de las universidades e institutos públicos, donde además se enseñan las ciencias y las humanidades a miles de estudiantes. Aun considerando los núcleos de excelencia en ciencias sociales de algunas universidades privadas, la contribución de las universidad públicas es mucho mayor en cantidad y calidad, según indican todos los índices bibliográficos internacionales. En las ciencias naturales esa contribución es exclusiva, ya que el aporte de las universidades e institutos privados es marginal. Los científicos argentinos más reconocidos internacionalmente, por cualquier parámetro que se lo mida, provienen masivamente de la universidad pública.
Esto no significa negar las deficiencias, limitaciones y carencias de que adolecen las instituciones públicas. Hacerlo sería como negar las razones mismas por las que vale la pena pertenecer a dicho colectivo y trabajar por él. La cuestión central, sobre la cual a mi entender vale la pena reflexionar, es que a pesar de todo lo que falta y todo lo que está mal en la Universidad pública, sigue siendo el canon de excelencia académica con el que se miden todas las universidades privadas, desde las exclusivas universidades de Buenos Aires (con sus exorbitantes matrículas) hasta las confesionales. Cuando las universidades privadas argentinas tengan en sus planteles científicos de primer nivel internacional en una fracción aunque sea mínima de los que se encuentran en una universidad pública cualquiera, volvemos a conversar. Hasta entonces…
(*) El autor es profesor de Biología Molecular, Facultad de Bioquímica de la UNR.
Artículo publicado el 9 de mayo en el diario La Capital.
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