Universidades públicas y privadas
Por Omar Albano Rizzo
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Las universidades públicas parten de una diferencia sustancial con las privadas: no se encuentran aranceladas. De esta manera se posibilita el acceso a cualquier miembro de la sociedad, independientemente de su posición social y económica. Así, se integra con una masa heterogénea de estudiantes y posibilita una mayor igualdad de oportunidades.
Estas instituciones (públicas) siguen una enseñanza tradicional, entendiendo a la sociedad como un todo armónico e igualitario que tiende a la integración de sus miembros. Se aplican teorías pedagógicas no críticas. La educación surge como una fuerza homogeneizadora que garantiza la integración y la igualdad social, posibilitando por sí sola la transformación social. ¿Es esto así?
En primer lugar creemos que no. Y justamente entendemos que las universidades privadas se acercan más a la formación de futuros profesionales con pensamiento crítico.
La menor cantidad de alumnos por comisión (aproximadamente 20 a 25), la posibilidad de interactuar con los profesores, la relación personal entre alumnos y docentes, permiten que los educadores se presenten como intelectuales transformadores, que desarrollen prácticas académicas con el fin de educar a los estudiantes para que sean ciudadanos críticos y reflexivos. Nuestra experiencia personal en universidades privadas como la UAI y la Ucel nos han demostrado que desarrollan prácticas educativas transformadoras, distintas en cuanto a la relación enseñanza-aprendizaje; producto de la filosofía de la enseñanza adoptada por esas instituciones y de los métodos de enseñanza que dictan.
Las aulas de escaso número de alumnos permiten una retroalimentación del proceso de enseñanza-aprendizaje; una interacción que enriquece tanto al educador como al educando. De esta manera, se evita la llamada proletarización del trabajo del profesor. Los profesores no deben ser técnicos especializados dentro de la burocracia escolar, sino sujetos transformadores y estimuladores para el pensamiento crítico.
Las teorías clásicas o tradicionales de la educación, muy aplicadas en las universidades públicas, tienen como característica principal la “sonoridad” de la palabra del educador y no su fuerza transformadora. El docente hace comunicados y depósitos, que los educandos reciben pacientemente, memorizan y repiten. Tal es la concepción bancaria de la educación. No existe creatividad ni saber. En la visión bancaria el saber es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes.
La educación es un fenómeno indispensable que permite el desarrollo individual y del ser, como también la reproducción socio-cultural. Siguiendo a Pierre Bourdieu, por medio de la educación se transmiten saberes a los miembros de la comunidad que aún no los han adquirido. Sin educación, cada individuo tendría que reconstruir por sí solo el patrimonio de toda la humanidad. Solo son productivas aquellas prácticas que crean un nuevo orden, modificando el anterior. Emmanuel Kant lo entiende como la realización de las potencialidades de los individuos.
Desde este punto de vista la educación es poder, entendiendo como poder la capacidad de incidir en la conducta del otro para moldearla.
Poder ejerce la madre sobre un hijo cuando le pone límites, o el empleador al trabajador, o el profesor al alumno. Pero en un estadio superior, poder ejercen los políticos, los empresarios o los medios de comunicación.
Creemos que las universidades y las instituciones en todos sus niveles educativos (inicial, primario y medio) deben formar profesionales con pensamiento crítico; con el fin de evitar que los grupos de poder colonicen su subjetividad y masifiquen sus pensamientos.
El cambio en las universidades no solo es posible, sino que ya ha comenzado.
(*) El autor es abogado y contador.
Artículo publicado el 3 de mayo de 2013 en el diario La Capital.
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